Terapia artística con niños



Cuando un ser humano llega al mundo es un ser genial, una individualidad única.


Si observamos bebés de hasta 2 años, comprobamos lo diferentes que son y las capacidades innatas que muestran. Nos llama la atención su gracia y encanto porque son auténticos.


Según el niño va creciendo, con frecuencia la educación no ayuda a que la individualidad se desarrolle con todos los dones que trae al mundo, más bien al contrario, va limitando, moldeando y frustrando para que nos adaptemos a una sociedad enferma.


Pero el ser genial está ahí, sepultado en alguna parte de nosotros mismos.


A través del arte existe la posibilidad de activar las capacidades dormidas que nos permiten regresar a la fuente que es manantial de vida y recuperar el propio poder, volver a "Ser" lo que realmente somos.


La pintura y el dibujo ofrecen, por un lado, la oportunidad de expresarse libremente y, por otro, de reeducarse y alcanzar un equilibrio sanador.


Cuando el niño es muy pequeño dibuja de forma espontánea lo que siente, lo que le afecta. El niño no pinta lo que ve, sino su propia vivencia de las cosas, su mundo interno. Si su padre le da la mano izquierda cuando van a pasear, probablemente dibujará esa mano mucho más grande que la otra porque ésa es su valoración.


Así encontramos una expresión directa de lo que afecta al niño.


La expresión plástica es reveladora por excelencia de la afectividad infantil.


El niño pinta lo que es importante para él, lo que le preocupa, lo que ama.


Si el niño tiene que copiar el dibujo de otra persona, entra en conflicto con sus propias imágenes internas, con su propia vivencia de cómo son las cosas para él, lo que le puede llevar a una gran inseguridad en sí mismo y en su representación del mundo.



Cuando se conduce al niño a pintar desde la valoración de un adulto, este arte pierde todo sentido para él y no es más que un ejercicio mecánico donde la creatividad se marchita.


Esta capacidad se va extinguiendo poco a poco según el niño va creciendo debido a la educación clásica que dirige  al niño a conformarse con la apariencia visual; la obra deja de ser un impulso espontáneo y sincero y pierde sus cualidades esenciales desde el punto de vista artístico y educativo. Con frecuencia el gusto por la expresión gráfica desaparece por completo.


La atmósfera de nuestra sociedad no se presta para preservar este don, más bien todo se une para arruinarlo: el hábito escolar de la competición, con la búsqueda de primeros y últimos, los juicios y condenas de los adultos, a veces de los propios padres.

Poco a poco lo que guía al niño en su tarea es el deseo de hacer un buen dibujo tal como quiere el maestro.

Así, escuchamos al niño decir: "No sé dibujar, yo dibujo mal".

Con el paso del tiempo, el niño no dibuja ya abiertamente aquello que lo acosa, a menudo lo disimula bajo un símbolo, pero no hay que psicoanalizar los dibujos de los niños sin ser competente para ello. El simple hecho de dibujar y pintar ya es terapéutico para el niño; al expresar  sus problemas y conflictos, los comparte de alguna manera. Por el simple hecho de la expresión simbólica se puede producir una catarsis sin que medie la expresión verbal.


A partir de los 12 años, el niño está mas orientado a la socialización que a la expresión de sí mismo. La pintura y el dibujo le da la oportunidad de expresarse libremente y por otra de reeducarse y sanar.
Una cualidad particular de la obra gráfica es que el niño puede producir una obra creativa que al mismo tiempo es independiente de él, de la que puede distanciarse, contemplar y que permanece en el tiempo. Esta es una cualidad propiamente humana.  

INTERPRETACIÓN:

Nada es más delicado que saber dar la interpretación precisa en el momento adecuado. Tiene que existir un repertorio suficiente que permita conocer sin vacilaciones la clave del niño.

La mayor parte de los conflictos que perturban o agitan a los niños pequeños están relacionados con cuestiones familiares.

Si se quiere entender al niño, es importante verle dibujar, pero hay que procurar que nuestra  atención no sea avasalladora, sino permanecer cerca,  evitando mirarle con excesiva insistencia, escuchar lo que dice si habla, mientras nos ocupamos en alguna tarea sin importancia.

Hay que respetar si el niño no quiere mostrar su obra a los padres.

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